Dieciséis años de pelusa


𝐄𝐥 𝐎𝐦𝐛𝐥𝐢𝐠𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐎𝐜𝐢𝐨 no sólo abarca mis ímpetus creativos y una necia necesidad de decir lo que transita por los caminos que conectan mis neuronas, sino en algún momento fue plataforma de otras voces con las mismas necesidades, quienes compartieron pizcas de sí mismos.

Ha abarcado catarsis personales, desahogos políticos y humor de todos los colores, desde los más simples e inocentes, hasta los más filosos y ofensivos para quienes no saben reírse de la realidad en esta era de la hipersensibilidad.

Ha cambiado su morfología pero siempre con la misma esencia. En los años recientes se ha transformado en un boletín digital que envía mis reflexiones directo a su buzón de correo electrónico, las cuales se les ha insistido en no leer, sin embargo, los lectores han probado ser más necios que este autor.

También dio a luz a un club de lectura que está por cumplir tres años, el cual forma parte del 𝐏𝐫𝐨𝐠𝐫𝐚𝐦𝐚 𝐍𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚, y en tan poco tiempo, gente increíble le ha dado vida y lo ha catapultado a planos internacionales, al menos en el espectro virtual.

Sigo con la terca idea de que este espacio se consolide y recupere la época de oro en la que nos visitaban 30 mil personas al mes, pero es difícil que eso suceda, sin producir más allá del mínimo necesario pagando el dominio del sitio, como una alarma madrugadora pospuesta demasiadas veces.

𝐄𝐥 𝐎𝐦𝐛𝐥𝐢𝐠𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐎𝐜𝐢𝐨 ha dejado atrás los mágicos primeros tres lustros y se acerca peligrosamente a la mayoría de edad. Veremos si el final de su adolescencia genera nuevos productos y continúa participando en otros tantos, como El Cúmulo; o de plano esperar que su madurez alcance la mía, la cual, a la fecha, se niega a madurar.

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